miércoles, 22 de mayo de 2013

La vida es silbar. Fernando Pérez, 1998

Ficha técnica: Título original: “La vida es silbar”. Producción: Rafael Rey (ICAIC,Cuba) y Camilo Vives (Wanda Producción, España), 1998. Dirección: Fernando Pérez Valdés. Guión: Fernando Pérez, Humberto Jiménez y Eduardo del Llano. Fotografía: Raúl Pérez Ureta. Música: Edesio Alejandro. Montaje: Julia Yip. Duración: 110 minutos. Intérpretes: Ana Victoria Pérez (Bebé), Claudia Rojas (Mariana), Coralia Veloz (Julia), Luis Alberto García (Elpidio Valdés), Joan Manuel Reyes (Ismael), Isabel Santos (Chrissy), Rolando Brito (Fernando), Raúl Pomares (taxista). 

Argumento: Bebé es una muchacha feliz que no entiende por qué los demás no lo son y es por eso que relata las historias de tres personajes de la Habana que representan unos principios que se pueden aplicar a la realidad de un país entero. Mariana, Julia y Elpidio buscan la felicidad debatiéndose entre el amor, los prejuicios y las promesas:  Mariana es una bailarina clásica que ama a los hombres y la danza pero ha hecho promesa de vivir ascéticamente si consigue bailar la “Giselle” una vez; Julia es una enfermera de ancianos muy entregada a su trabajo que se desmaya cada vez que escucha la palabra “sexo”; y Elpidio es un joven músico mulato que, marcado por el abandono de su madre “Cuba”, espera una señal que cambie su vida. El 4 de diciembre -día de Santa Bárbara- a las 4:44 se encontrarán en la plaza de la revolución -bajo una intensa lluvia- para decidir su futuro.


Ambientación: El cine cubano actual se nos presenta como la superación por medio de la imaginación de una situación económica preocupante ya que hace de la necesidad virtud, encontrando un cauce que, sin ser abiertamente opositor, está desbordando el terreno de la parodia y la crítica social. La falta de medios materiales restringe la producción al género del cortometraje, los guiones son censurados y muchos actores emigran o sobreviven de la radio y los doblajes. Es por eso que La vida es silbar supone un ejercicio de largometraje de ficción que nos plantea un problema tan universal como la felicidad a partir de la fidelidad a las raíces culturales propias. Ésta es la única producción cubana realizada en el año 1998 y la cuarta película que se exhibe en el circuito comercial norteamericano en 40 años después de La bella del Alhambra, Fresa y chocolate y Guantanamera. La película, sin ser biográfica, tiene mucho de su director: un discreto revolucionario enamorado de su “familia, el cine y Cuba” o, lo que es lo mismo, Julia, Mariana y Elpidio. Sus inicios fueron como documentalista, lo que le enseñó a responder rápidamente ante la realidad con un pensamiento cinematográfico. Sin embargo no es hasta los 43 años cuando se enfrenta a su primer largometraje, Clandestinos (1987). Le seguirían Hello Hemingway (1990) y Madagascar (1994). En ellos queda el gusto por contar historias sencillas que sin embargo plantean muchas de las cuestiones más importantes de la existencia humana. La idea de La vida es silbar surge en el rodaje de la serie de ocho capítulos para la televisión chilena Y si fuera cierto, bajo la influencia de la película Ocho y medio de Fellini -marcada por la gravedad de la emoción- y la lectura de La cartuja de Parma de Stendhal -donde los géneros se mezclan-. En cierto modo, concibe la película como tres cortos perfectamente entrelazados, donde los personajes -tantos como habanas- se desenvuelven dentro de un sistema que rechaza la diferencia para reencontrarse simbólicamente en el momento de la libertad. Para el director supuso un salto al vacío que generó polémica. Ha recibido numerosos premios. En el documental Suite Habana (2002), se reencuentra con personajes que no son actores y donde la fuerza expresiva queda en las imágenes y los efectos sonoros, demostrando de manera genial que en el cine contemporáneo la frontera entre géneros está desapareciendo.

Valoración: En Cuba la ficción es el sueño de todo director y el cine de Fernando Pérez es además un cine de “realismo mágico”. Lo que busca en sus películas es expresar la complejidad de la realidad de manera que lo primero sea comunicar al espectador una emoción para que luego esa emoción lo lleve a la reflexión. Sin embargo, la lectura no es única ya que, conforme a la idea de libertad individual, la felicidad no es igual para todo el mundo y en la vida hay siempre que elegir porque la elección es constante. Con todo, siendo un cine reflexivo -y en este caso, fuertemente simbólico-, siempre nos cuenta una historia cercana en la que la realidad se confunde con los sueños en ese “realismo mágico” que nos ofrece el mundo de la literatura y que él traduce fundamentalmente en imágenes; en este sentido, la fotografía de Pérez Ureta y la música de Edesio Alejandro se convierten en los elementos que poetizan esa realidad, desdramatizándola. Sin pretender ser una película sofisticada maneja una serie de ideas sobre la felicidad, la libertad y la coherencia de vida a pesar de hallarla a base de renuncias y tener que superar prejuicios de todo tipo. La imagen del caracol resulta especialmente reveladora. La significación de los personajes está muy cuidada (el compromiso entre el arte y el amor, la diferencia entre la realidad y el ideal, la añoranza del pasado o la esperanza del futuro) así como la elección de los actores. El mensaje de “No tengáis miedo” se muestra contundente y a la vez ágil en la escena que se desarrolla en los soportales entre Julia y Fernando. Es un cuento urbano de La Habana actual cuya forma fílmica transmite la confianza de un hombre, y un pueblo, en su destino por medio de imágenes embriagadoras y una música vibrante. En estos momentos en que su país vive una situación compleja la realidad de Cuba es una realidad disidente porque para él su país siempre ha representado un sueño. La vida al final es tan sencilla como silbar porque -como cantara John Lennon en Beatiful Boy- “La vida es algo que sucede mientras estamos soñando otra cosa”.

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